26 de septiembre

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El día se estaba poniendo gris por momentos. Iba sin plano y me puse a hacer experimentos... Recorrí la Boxhagenerstrasse hasta el final, más allá de las vías del S-Bahn, y entonces aparecí como en otro mundo, en una zona de jardines y calles peatonales salpicada de vez en cuando con algún bloque de pisos. Volví a encontrar la Boxhagenerstrasse, en principio una buena pista para volver a terreno conocido, pero me lo estaba pasando bien y decidí ir un poco más allá. Atravesé una estación de S-Bahn, diría que Nöldnerplatz, y continué guiándome por mi presunto sentido de la orientación. Ya he dicho que no había sol... Seguí recorriendo calles bastante desiertas, apenas sin comercios, hasta llegar a una cuyo nombre me gustó: Irenenstrasse. Pero ni idea de cómo volver a casa. Testaruda, seguí sin preguntar a nadie. Tenía la sensación de estar en Lichtenberg, y, en efecto, llegué a una estación de tren y S-Bahn que tenía ese nombre. Ante mí, un scalextric de carreteras... Tomé una de ellas, ya casi al azar, en dirección contraria a los que me parecieron los edificios más gigantescos. Al fin y al cabo, ese era el tipo de construcciones que asociaba con Lichtenberg, y, por tanto, se trataba de dejarlos atrás. Poco después encontré un cartel con el nobmre de la avenida donde me encontraba: ¡Frankfurter Allee! Pero no veía claro el sentido que tenía que tomar. Pregunté a un cartero jovencillo en qué dirección estaba Friedrichshain... ¡Y me señaló todo lo contrario de lo que me esperaba!
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25 de septiembre

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Subí con la bici hasta Frankfurter Allee y fui atenta a las variaciones dominicales de la avenida: menos gente, menos coches y, sobre todo, menos productos expuestos en las aceras. Por la Danzigerstrasse había también poco tráfico, de modo que fui casi todo el tiempo por la calzada. Había una quietud que recordaba a los agostos barceloneses, cuando, por ejemplo, es posible ver a lo lejos una Carretera de Sants casi vacía.
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La entrada del Mauerpark era, sobre todo, una enorme acumulación de bicicletas, muchas de ellas atadas a unas barandillas que delimitaban un espacio para los perros. "Aparqué" allí mismo y entré en el recinto del Flöhmarkt. Al principio tuve luna sensación de agobio similar q la que experimento en el Mercat de Sant Antoni cuando voy demasiado tarde. Pero poco a poco fui acostumbrándome a adecuar mi paso al de la multitud.
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24 de septiembre

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Después recorrí los Spielplätze (zonas de juego) de la plaza y observé cómo jugaban los niños... y muchos padres, tan embadurnados de arena como sus hjos. Volví a preguntarme si realmente disfrutamos tanto del buen tiempo y del aire libre en España. Es como si, al sobrarnos, no supiéramos qué hacer con él. Aquí, sin embargo, es como si cualquier actividad se llenara de sentido, como si su valor o su interés se multiplicara por el hecho de hacerse al aire libre. Un ejemplo: en el programa de cursos de la Volkhochschule, en el capítulo sobre cursos de alemán, hay una foto de una profesora y un alumno en una especie de jardín. El pie de foto dice algo así como "asesoramiento lingüístico también al aire libre". ¿A quién se le ocurriría algo así en España? Lo mismo ocurre con la apropiación de las aceras. En nuestras ciudades existen regulaciones estrictas sobre su uso, por ejemplo, para la exposición de productos a la venta o para la instalación de terrazas. Aquí todos los comercios tienen como mínimo un apararca-bicis y un cartel o una pizarra anunciando sus servicios. Y hasta los quioscos y los colmados sacan en el buen tiempo un banco a la acera para que los clientes puedan sentarse un rato a tomar el sol. Además, en nuestras ciudades se ha perdido totalmente (con la excepción de algunos barrios de costumbres más rurales que urbanas) la costumbre de sacar una sillas a la acera y estar allí de tertulia. En Berlín (y también lo he visto así en algunos lugares de Holanda), hay familias que incluso sacan un sofá y tienen a los niños jugando alrededor...
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23 de septiembre

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Crucé la Bötzowstrasse y me encontré con una fiesta popular. Primero me pareció que iba dirigida a los niños: había unos bomberos que enseñaban su camión, y unos policías que habían organizado un circuito para bicicletas y patinetes. Pero, un poco más allá, encontré todo tipo de tenderetes que, según interpreté, eran de grupos juveniles de tiempo libre. Algunos ofrecían comida o bebida, y otros ponían a la venta objetos de artesanía. Por aquella zona, el público era mayoritariamente adolescente: tuve la sensación de estar en el patio de un instituto. Y eso me hizo recuperar la sensación (quizá infundada) de que en Friedrichshain no se ve apenas gente de esas edades. Parece como si sólo hubiera bebés y niños pequeños, y , junto a ellos, sus padres, llegando a la treintena.
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22 de septiembre

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El caso es que se me ha contagiado la euforia que se vive en sitios como este cuando sale un día como el de hoy. Y, a mediodía, tenía ganas de aprovechar el sol. Quizá tenía que ver también con una cierta insatisfacción que he ido acumulando estos días: me he dedicado demasiado a "mis papeles" y he salido de casa estrictamente para ir a clase y para las entrevistas. (...). Estaba echando de menos un poco de "dolce vita" berlinesa, porque eso también es realidad social cotidiana, y porque para transcribir ya tengo las noches y los ratos de lluvia...
De modo que, después de comer, he cogido la bicicleta y la cámara de fotos con la idea de descubrir algunos rincones inexplorados -o no suficientemente recorridos- de Friedrichshain. He comenzado por los tres Nachbarschaftsgärten (jardines vecinales) en torno a la Voigtstrasse. Fue el propio J. quien me los indicó. A llegar al primero de ellos, he descubierto un cartel explicativo. Y me he encontrado con la sorpresa de que, detrás de la iniciativa, hay nada menos que dinero público y, para más "inri", una empresa gestora subcontratada (Stadtbau g.m.B.H.). Si no he entendido mal, esto garantiza en cierto modo que el propietario no va a reclamar de momento el terreno... El cartel hablaba de "los vecinos del Samariter Viertel", e invitaba a la participación de los mismos en un Arbeitsgruppe (grupo de trabajo), supongo que para el mantenimiento del jardín. Conclusión: la administración municipal, que evidentemente ya tendrá su sección de "parques y jardines", delega en la acción voluntaria -el trabajo- de los ciudadanos. Dejándoles, supongo, un cierto margen para la toma de decisiones... ¡siempre que se respeten los principios básicos de la propiedad privada!. En definitiva, todo esto me ha hecho acordarme de R. y de su investigación en Salvador de Bahía. Y de la red de alcantarillado que los propios vecinos han de mantener... ¡He aquí las nuevas tendencias en gestión municipal "participativa"!
El primer jardín estaba relativamente accesible, aunque con la vegetación bastante crecida... y con ciertas evidencias de que allí no actúan los servicios municipales de limpieza. Un chico estaba paseando a su perro... y no he visto que este uso estuviera explícitamente prohibido. En el segundo jardín me he encontrado con una sorpresa interesante: tenía su acceso principal clausurado (la puerta que daba al chaflán), y, justo allí encima, había un enorme anuncio de la inmobiliaria que pone en venta el solar. Dentro había bastantes indicios de que los vecinos habían hecho usos variados del jardín: mesas, bancos, juegos de niños, recipientes y regaderas, algunas flores cultivadas. En la puerta, un cartel prohibía el acceso a los perros, y pedía a los usuarios colaboración en el mantenimiento del espacio. También me he encontrado un panel equivalente al del primer jardín... ¡evidentemente obsoleto, a juzgar por la "iniciativa" de la empresa inmobiliaria! El tercer Nachbarschaftsgarten estaba en estado selvático, con una vegetación espesa que incluía una especie de lianas...
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21 de septiembre

Hoy ha sido un día poco provechoso, fácil de resumir en términos casi colegiales: Me he levantado muy cansada, he cumplido con mis obligaciones escolares (incluido un control bastante insulso) y me he pasado la tarde "ordenando mis papeles", como dice Sabina en "Calle Melancolía". Mis papeles y mis correos, y poco más. Ah, y me he esmerado en la cocina, quizá por primera vez en Berlín, para hacer honor al calabacín que me regaló W.
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20 de septiembre

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Llegué a la Volkhochschule justo a las 20h y, esta vez, subí directa y autosuficientemente hasta el aula 308. La puerta estaba cerrada, aunque en ese momento salía un hombre. Me asomé, y W. me hizo pasar. Me senté entre los demás, y comencé a observar la escena con cierta distancia. Distancia lingüística, eminentemente... Sabía que, en cualquier momento, W. me daría la palabra, de modo que preparé mis papeles y mi botella de agua, que se revelaría bastante imprescindible... Si embargo, todavía transcurrió casi una hora de clase. Aunque quizá aquello no correspondía exactamente a lo que entendemos usualmente por "una clase"... En una mesa, delante de W., había un montón de manzanas y un par de calabacines de aspecto inequívocamente "bio". Me imaginé que provenían de algunas de las experiencias de Selbstversorgung (autoaprovisionamiento, podríamos decir) de las que W. ya me había hablado en nuestro primer encuentro.
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Su charla introductoria me resultó interesante: habló de una "neue Armut" (nueva pobreza) que se da entre personas con formación y en situaciones de paz y de estabilidad política. Sus causas, dijo, no tienen casi nada que ver con las de la pobreza "clásica": la provocan las decisiones de inversión y los procesos de racionalización empresarial. Y pasa, en consecuencia, por las situaciones de desempleo.
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Y, sin duda, una de las conclusiones unánimes fue la inexistencia en España de nada parecido a una Grundsicherung (seguridad básica). Fui recitando los períodos máximos para percibir cada prestación y cada subsidio. Y alguien me preguntó, por ejemplo, qué hacen los jóvenes si quieren estudiar, o durante los primeros tiempos de su emancipación, si todavía no han cotizado y, por tanto, no tienen derecho a prestación. Elemental, querido Watson: esos jóvenes suelen tener padres, y con ellos se quedan, y de ellos dependen, a menudo hasta la treintena. Un "oooh" general recorrió la sala. Algunos asentían con gesto grave...
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19 de septiembre

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Desde el principio, todo el mundo se ha negado a considerar formar coalición junto al PDS. Y estos, como reacción, han optado por decir que prefieren hacer oposición. Lo cual, en el fondo, puede ser demasiado cómodo... Según la profe, el motivo es que los alemanes occidentales, en su mayoría, verían con muy malos ojos cualquier tipo de contacto con los herederos directos del partido que regía la RDA. Y también hay otro aspecto, más triste en mi opinión: la animadversión mutua, a nivel personal, entre Schröder y Lafontaine. De todos modos, el Linkspartei, al asociarse PDS y WASG, han conseguido por primera vez tener representación en el Bundestag, al superar sobradamente el 5% (tienen más de un 8%). Curiosamente, dice la profesora, en toda Alemania Occidental, el PDS sólo consigue diputados directos en el distrito de Berlín-Kreuzberg!!
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Cuando le digo a M. que no entiendo por qué aquí nadie quiere ni oír hablar de pactar con el PDS, reconoce que es una circunstancia muy particular de Alemania. En Francia, afirma, se lleva con más "normalidad" la amplitud y variedad de las opciones políticas (desde troskistas hasta el Frente Nacional), mientras que aquí sólo se da relevancia a unos cuantos partidos que, en el fondo, no son tan diversos.
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16 de septiembre

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Fuimos a cenar a Prenzlauer Berg, el antiguo barrio de S. Quería enseñarme un lugar llamado "Tante Grunilda" donde se cena pagando la voluntad. Llegamos en coche -por primera vez apreciié cómo las distancias berlinesas se acortan en ese medio- y demasiado temprano: el restaurante aún no estaba abierto. Sin embargo, nos dejaron sentarnos en una mesa junto a la puerta. Más tarde nos trasladaron hacia dentro, a una estancia angosta donde sólo había tres mesas mínimas. El lugar era todo él muy peculiar, decorado por acumulación de objetos sorprendentes: muñecas, coches de juguete, peceras, muebles antiguos y muchas velas en recipientes variados. Esa era la única iluminación del local. La cocina no estaba separada del resto ¡y había que atravesarla para llegar a los servicios! El "chef" era un personaje teatral, maquillado y peinado conun moño, que anunciaba el menú -sin opciones para elegir- con un acento extraño que identifiqué como vagamente italiano. Al entrar nos había explicado el funcionamiento nada convencional del establecimiento: antes de sentarse, se espera que cada comensal introduzca una moneda en una hucha con forma de ángel que emite una luz y un sonido. Después de la cena, y en función de su satisfacción, los clientes dejan la cantidad de dinero que decidan en una enorme copa de cristal. Me pregunté, claro, cuál debe de ser la media que paga cada una de las personas que pasan por allí...
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15 de septiembre

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Salí de la entrevista con la sensación de haber encontrado algo interesante.. Aquella mujer era un ejemplo perfecto del tipo de cosas que he venido a buscar: alguien que vive casi sin dinero, aprovisionándose por otras vías. Pero, al mismo tiempo, reconociendo que quizá no todo el mundo puede vivir así. Aunque ella ponía el acento en la "capacidad" (dice que la gente que ha tenido una infancia difícil o con estrecheces no es capaz de renunciar al esquema del trabajo remunerado y el consumo monetario), y por tanto en la agencia, era esta una agencia matizada, confesadamente elitista. Por otro lado, desde el primer momento me pareció reconocer el carisma de F., una especie de fuerza de atracción, de determinación que emanaba de no sé dónde...Caían cuatro gotas y yo tenía la nevera vacía. Me decidí a hacer una incursión en el Bio Company de Rigaer con Voigtstrasse. Era mi primera experiencia en una tienda "bio". A la vez que intentaba identificar los productos que buscaba, traté de caracterizar al público del establecimiento. En general, gente joven pero con aspecto solvente (digamos que por encima de la media de aquellas calles de ambiente tan punk), y alguna pareja mayor con pinta de votar a los Verdes... Me sorprendió la cantidad de productos envasados que había: me había imaginado algo más a granel... Pero ese formato sólo existía para la fruta, la verdura y algunos panes. El resto, mil y una especies de paquetes, latas, frascos y botellas.
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14 de septiembre

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De vuelta a casa, entré en un blucle de oscuridad y melancolía. No conseguía aprovechar la tarde, ni tampoco dedicarme a nada lúdico. Hacia las nueve o las diez, decidí que no me apetecía cocinar, y que además me haría bien salir un momento a comprarme algo de cena. Caminando por la acera, me pareció que aquel ambiente, aquella quietud y aquella negrura, caracterizarían el resto de mis días en Berlín. Tenía presente el comentario de S.: ¡en invierno anochece a las 15h30! Claro que yo me marcharé antes de llegar a esos extremos...
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13 de septiembre

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Cuando estaba ya más allá de mis "conquistas" más lejanas hasta la fecha, advertí un cierto aumento de la proporción de turistas en el paisaje. En efecto, debía de estar cerca de Mitte o del Museo Judío. De algo, en definitiva, que interesaba a más gente de la que vive allí habitualmente. Iba pensando sobre el tema: es como si algunas zonas de la ciudad fueran más "íntimas", en el sentido de que quienes las frecuentan tienen un interés específico por el lugar, se identifican con aquello de un modo u otro: viven allí, llevan a sus hijos a aquella escuela, visitan a un familiar o van camino de su trabajo. Sin embargo, las "grietas" por las que se cuelan (nos colamos) los turistas vienen a convertir esa intimidad en un objeto de contemplación. Aunque también es cierto que, muy probablemente, hay turistas -y no turistas- que son capaces de mirar sólo las piedras e ignorar a quienes viven entre ellas, a no ser que estos vengan a venderles un souvenir o se presten a hacerles una fotografía de grupo.
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Atravesé una zona residencial, en torno a la Martin-Luther-Strasse. Pensé que aquellos pequeños bloques de pisos, pintados de colores, no tenían un aspecto tan diferente de las "Mietkaserne" reformadas y coloridas de Friedrichshain. Me pregunté si, como tantas personas me habían dicho ya, aquella gente que se cruzaba conmigo por la calle seguían siendo ese tipo de "población alternativa" que se había sentido atraída por una ciudad aislada y al mismo tiempo tan libre. ¿Serían también "alternativos" los hijos de los "alternativos" que vinieron? ¿Durante cuánto tiempo continuaría Berlín siendo excepcional, en la realidad y en los discursos que intentan aprehenderla? Realidad y discurso, ¿quedarán en algún momento desfasados? ¿Acaso no podrían estarlo ya a estas alturas, ahora que los "squatters" se han convertido en arrendatarios o en propietarios, y que las subvenciones al Berlín occidental son ya casi cosa del pasado?
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12 de septiembre

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Llegué al aula antes que nadie, con los buenos propósitos del primer día. Poco a poco comenzaron a aparecer los que serían mis compañeros. La profesora, en contra de todo estereotipo, llegó tarde. Descubrí la variedad de nacionalidades que hay en el grupo. Curiosamente, las más numerosas eran las ucranianas... y abundaban las procedencias extraeuropeas. A lo largo de la clase se fueron confirmando mis sospechas: el nivel de gramática era bajo... pero la mayoría de los alumnos hablaban mejor que yo. En apariencia, casi todos llevan en Alemania bastante más de tres semanas...
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Un apunte relevante de cara al consumo: la profesora apuntó en la pizarra la referencia del libro de texto que vamos a utilizar... y nos indicó dos páginas web donde pueden adquirirse libros usados a precios reducidos. Me pareció muy significativo que lo hiciera así en lugar de indicarnos la librería más cercana... ¡Una prueba más del vigor del mercado de segunda mano en estas latitudes!
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11 de septiembre

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Aprovecho para preguntarle a S. por el significado de la palabra "Kiez", que no aparece en el diccionario pero está omnipresente en el paisaje local. Ella lo traduce directamente como "barrio", y, en nuestro caso, lo hace corresponder directamente con Friedrichshain en general, sin subdivisiones. Dice que Berlín está formado por distintos "Kiez" donde la gente tiene un sentimiento de pertenencia, y de donde, a menudo, no es necesario salir demasiado. Como anécdota, nos cuenta que un amigo suyo le dijo que veía poco a otra persona porque "iba mucho a Westdeutschland", refiriéndose a que frecuentaba Schöneberg, un barrio del Oeste de Berlín... Nos habla también de la sociabilidad que se establece espontáneamente en las "Kneipe" (bares, tabernas), donde se puede hablar "de filosofía y de historia" con desconocidos (que son los habituales del lugar). Y también de otro tipo de sociabilidad más pautada, más encasillada, que se produce en la infinidad de asociaciones y grupos donde puede una apuntarse por ser mujer, por ser madre, por ser lesbiana, o por cualquier otra condición. Para S., todo esto son diferencias respecto a las costumbres españolas en el ámbito del ocio. En su discurso adquiere mucha importancia la meteorología, el frío y la falta de luz durante el invierno, que requieren ámbitos de relación más cerrados, pero también un "carácter" alemán, algo relacionado con la cultura, que lleva a las personas a pautar su ocio con mucha antelación. Por ejemplo, dice que se ha acostumbrado a ver reaparecer antiguos amigos en septiembre, cuando la gente organiza sus agendas de cara al nuevo curso y decide a quién verá en cada momento...
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10 de septiembre

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De vuelta en Bernau, nos llama la atención la expectación que hay en torno a la iglesia católica de Sta. María. Dentro distinguimos un oficiante vestido de rojo, y unos jóvenes con ropajes como de monaguillos creciditos. J. aventura que tal vez se trate de una ordenación sacerdotal... Pero no: es una confirmación.A la puerta de la iglesia, una mujer se me acerca y me pregunta varias cosas: si hablo alemán, si soy italiana, si estoy aquí estudiando, si J. es mi novio... Me explica que ella es polaca, pero se apresura a añadir que lleva treinta años en Alemania. Me pregunta también si soy católica (a lo que yo respondo con un "sí" de emergencia...). La mujer parece muy emocionada siguiendo la ceremonia desde la calle, al igual que hace un puñado de personas. De pronto, veo que busca en su monedero y me entrega una estampita de la Virgen que, según dice, va a protegerme. Se interesa por los santuarios marianos que hay en España... Pero, mientras intento responderle con algunos ejemplos, salen los "confirmados" a la puerta de la iglesia. Comienza una sesión de fotos con el obispo -según le indican a J.- y otros adultos que identifico como los catequistas. Dos de los jóvenes, un chico y una chica, llevan la vestimenta que antes me ha recordado a la de los monaguillos, pero esta es blanca y negra en lugar de blanca y roja. El resto, chavales de quince y dieciséis años según me informa la señora, llevan simplemente ropa elegante. Al parecer, uno de ellos, de blanco inmaculado, es de origen polaco, hijo de una amiga de mi interlocutora, quien, de repente y con mucho sigilo, desaparece de mi lado. Me vuelvo y la veo alejarse por la calle. Tengo la estampa en la mano...
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9 de septiembre

La mañana de hoy ha comenzado con lo que ya se está convirtiendo en una rutina agradable: el desayuno en la Bäckerei (panadería), sentados en la acera, siguiendo con la mirada las trayectorias matutinas de los berlineses. Como siempre, trajín de bicicletas, y gente entrando y saliendo a por un "coffee to go", o "Kaffee zum mitnehmen". Un coche ha parado justo delante de nosotros, y me ha hecho pensar en las dificultades de aparcamiento en Barcelona en los días laborables. Era el panadero, que llegaba cargado de los ingredientes para los bocadillos del mediodía... ¿Cómo valorar la calidad de vida que le aporta poder dejar el coche cargado justo delante de la panadería? Es curioso, seguro que ni él es consciente, ni lo son tampoco los barceloneses que aceptan con resignación la cruz del tráfico cotidiano, como si este fuera inevitable por el hecho de vivir en una gran ciudad... Está claro: la cuestión no es el tamaño de la ciudad (Berlín es mucho mayor que Barcelona) sino su densidad... Y, claro, la calidad del transporte público, y la posibilidad de ir tranquilamente en bicicleta...

8 de septiembre

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Cojo el S-Bahn en Ostkreuz, y muerdo el anzuelo de un hombre que me ofrece un billete "ganz neu" (totalmente nuevo). Luego veo que es más barato de lo normal, y sospecho que es del año pasado... Así que mejor que no me pille ninguno de esos revisores camuflados de chico con mochila o de señora respetable.
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J. me ha aclarado un poco el funcionamiento de las elecciones que vienen: cada elector emite dos votos. La "erste Stimme" (primer voto) es para un candidato concreto, territorial, que aquí en Berlín corresponde al distrito. Y la "zweite Stimme" (segundo voto) es para un partido en general. De modo que, si alguien vota por ejemplo CDU (los democristianos) en un barrio con mayoría de izquierdas, su voto no se diluye porque siempre le queda la "zweite Stimme" para votar directamente a Angela Merkel.

7 de septiembre

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Después de recorrer, algo perdida, una zona ajardinada donde se alternaban las casitas con pequeños bloques de pisos, en torno a la estación de Marienfelde, llegué a un campus que tenía aspecto de estar aún en construcción. Como siempre, la consiguiente sensación de soledad y de calma en torno a los edificios universitarios. En cualquier situación, en cualquiera de las ciudades que he visitado en mi vida, también en Barcelona, la universidad me da una sensación de oasis, de un lugar donde se valoran cosas que yo valoro, y donde la vida, en apariencia, es un poco más fácil: hay servicios, restaurantes, jardines... y bibliotecas. Precisamente esa sensación tenía yo ayer: me dirigía a un sitio, a una actividad, que iba a resultarme agradablemente familiar... Las sensaciones agradables se hicieron esperar un poco, porque no acerté a la primera con la biblioteca correcta. Pero, por fin, lo logré: el trabajo de Gerometta estaba en mis manos, con la condición de que no se podía sacar en préstamo...
Me lo llevé a una mesa vacía, y allí estuve leyendo a ritmo de tortuga, diccionario en ristre, durante las siguientes seir horas. Sólo, de vez en cuando, un vistazo a mi alrededor para constatar, por ejemplo, que los estudiantes alemanes no respetan el pacto de silencio en las bibliotecas. Claro que, con tan poca densidad de población, las molestias eran mínimas.

6 de septiembre

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Una reflexión intempestiva: De bajada hacia casa, he pasado con la bici por delante del "Pfinder". El camarero me ha reconocido y me ha saludado. Supongo que esto es un ejemplo de cómo el tiempo de la investigación ha de adecuarse al tiempo social. En otras palabras: si voy al "Pfinder" varias veces y logro entablar unas cuantas conversaciones con él, es posible que se convierta en un buen informante por una vía "natural". Sin embargo, todas esas personas que participan en proyectos concretos y a las que he enviado un email será más difícil que sientan alguna inclinación por echarme una mano con el trabajo de campo. Pero, claro, en el segundo caso habrá primado la honestidad, porque habré empezado por hacer explícita la motivación que me lleva hasta ellas...

5 de septiembre

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Por la tarde, nos encontramos con A., L. y la pequeña en el "Pfinder", un bar entre original y canalla cuya especialidad es la absenta, y que además parece ejercer de sucursal permanente del Flohmarkt de los domingos: en la terraza, en varias butacas, se exponen objetos variados (ositos de peluche, botas militares). No me queda claro si se venden, se cambian o se regalan... Además, en el bar se hacen proyecciones de cine porno de los años 20. Las sesiones son gratuitas, pero, como advierte el cartel, la bebida se paga... Los parroquianos parecen fieles al establecimiento y amigos del camarero. Y, desde luego, su aspecto es excéntrico. Cuando entro a pedir la bebida, me dan a elegir entre un arsenal de cervezas "bio". También hacen tostadas baratísimas, y regalan una pastilla de chocolate a todo el mundo.

4 de septiembre

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El siguiente punto de interés era el "Flohmarkt" (literalmente, "marché aux puces") de la Boxi. Pertrechada con la cámara de fotos, recorrí los puestos y fui añadiendo impresiones a las de la semana anterior. Esta vez, la "atracción" musical del mercado era un titiritero cuyas marionetas imitaban con mucha gracia a Jimi Hendrix, a Bob Marley y a otros artistas que no supe identificar.Entre los puestos del mercado distinguí uno regentado por unas niñas que revendían cuentos y juguetes. Descubrí también que, al pie de algunas mesas, había cajas con objetos "zum verschenken" ("para regalar").
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Al cenar con D. en casa de A. y L. me enteré de lo que son las "free box": estanterías situadas en varios puntos de la Rigaerstrasse, en el Sama Café y en los Hausprojekte, donde la gente deja la ropa que le sobra y coge lo que necesita. A. y L. han conseguido así buena parte de la ropa de su hija.
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3 de septiembre

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Por la mañana, una breve escapada al "supermercado" más cercano: un SPAR de aspecto poco próspero que nunca hasta entonces había encontrado abierto. Un lugar que me hizo pensar, salvando las distancias, en lo leído sobre la escasez de bienes de consumo en la RDA: estanterías semivacías, apenas dos artículos de cada tipo, y una suerte de dejadez en la actitud de la única trabajadora: la cajera.
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En este día semigris, Kreuzberg, el largo camino de la Skalitzerstrasse, se me antoja más inhóspito que la otra vez. En general no encuentro mucha vida, aunque, eso sí, por aquí y por allá callejean grupos pequeños de niños turcos (dos, tres a lo sumo, casi nunca con niñas), entretenidos en juegos o en alguna trastada.
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Al pasar por Kotbusser Tor me llama la atención una especie de centro comercial al aire libre, burdamente construido en medio de una plaza, de tal modo que ahoga las ventanas de los bloques de pisos que hay todo alrededor. En el estrecho pasillo que queda entre lo uno y lo otro, observo una multitud de bares y restaurantes mayoritariamente turcos. Entre el público, bastante abundante, no faltan chicas y mujeres jóvenes con vestimentas más o menos tradicionales, o quizá reinventadas, pero, en todo caso, a menudo con la cabeza cubierta. Justo al lado, examino el tablón de anuncios de unas oficinas del distrito, y descubro que casi todo aparece en versión bilingüe, alemán y turco.

2 de septiembre

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Recorro la Boxhagenerstrasse hasta el final. Hace días que tenía ganas de recorrer este trozo a pie y con calma. En la Warschauerstrasse, que baja hasta el río, hay muchos comercios y restaurantes. Por un momento me imagino Berlín con muro, el momento de su caída, y una marabuta metafórica de mercado capitalista, de vendedores y compradores eufóricos, cruzando el Oberbaumsbrücke y colonizando la primera calle que encuentran: la Warschauerstrasse... La marabunta, sin embargo, pasa de largo de las calles laterales, ansiosa por avanzar rápidamente hacia el Este. Y así quedaron olvidados solares, calles residenciales y no-man's-land como la fábrica ocupada que es ahora el Raw-Tempel, en la Revalerstrasse. El capitalismo y el mercado sólo se interesaron por las calles principales, aquellas por las que pasaban metros, autobuses y tranvías. Al menos en apariencia...
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1 de septiembre

(... )
Pero ha tenido su encanto estar a esas horas a la intemperie... He visto despertar el barrio, los currantes con sus petos desayunando en la Bäckerei de Rigaer 12 y montándose a continuación en la furgo; las niñas, de camino al cole con chancletas y minifalda (¡y yo con dos jerséis!). Todavía ni rastro de esa placidez que monopoliza las aceras de Friedrichshain en estos últimos días de verano...
(...)
Desde el autobús, una escena muy fotogénica: la terraza de un restaurante en esa zona de casitas con jardín. Una camarera trajinando entre dos mesas. En torno a una, tres señores muy elegantes, en mangas de camisa blanca impoluta, inclinados sobre sus platos respectivos y comiendo con fruición. En otra mesa, dos o tres trabajadores "de cuello azul", o, mejor dicho, de peto azul (según veo por todas partes en Berlín), paladeando una cerveza y recostados sobre el respaldo de la silla. ¿Dos ritmos distintos? ¿Dos estéticas? ¿Dos determinaciones de la estructura social?
(...)
Misión cumplida. Las tres de la tarde, calor y mucho hambre. Fracaso en mi búsqueda de la "Mensa 1" y acabo claudicando ante una máquina de chocolatinas de la Facultad de Derecho, el único edificio con aspecto de estar habitado... En efecto, como digo, el campus transmite esa soledad bucólica de las universidades noreuropeas... Pero, a la vuelta, la parada de autobús está más concurrida. El corte del metro produce un efecto de concentración de los cuerpos que, de otro modo, estarían desparramados por toda la longitud de un andén... Y, dentro del autobús, el calor es agobiante. Llegamos por fin a la plaza desangelada donde ya funciona el metro. Como unas patatas fritas mientras observo la prisa de la gente y me digo: "estás en Berlín Oeste". Y sigo pensando en ello mientras miro el panorama desde la ventanilla del S-Bahn, rodeada de unos chicos que vuelven de trabajar. Pasamos de Neuköln a Treptower Park. En medio, en torno a la Sonnenallee, hay una zona bastante selvática que da testimonio de que por allí pasaba el muro...
De vuelta en terreno conocido, Frankfurter Allee y la calma en torno a mi casa. Por primera vez, sin embargo, escojo acercarme por la Finowstrasse, y, por primera vez, veo cómo me ven aquellos a los que miro desde ese puesto de vigía que tengo montado en la ventana...

31 de agosto

(...)
Aproveché la amabilidad y las ganas de hablar de la profesora, y le expliqué (así me entrenaba) el tema de mi trabajo. Pareció interesada, subrayó -como todo el mundo- la originialidad de las formas de vida berlinesas... ¡y resultó que había vivido en Friedrichshain nada más caer el muro! Me explicó que, en torno a su casa, no había más comercio que una taberna (Kneipe) donde los vecinos se reunían a tomar cerveza... Las casas estaban en pésimas condiciones pero, dijo, ahora todo ha cambiado bastante.
(...)
A la vuelta de Kreuzberg, una pequeña experiencia de autoaprovisionamiento no mercantil: puse por fin remedio a la baja presión de las ruedas de la bici. Seguí a un ciclista con pinta de experimentado que, delante de mí, entró en una gasolinera. Y observé cómo cogía un aparato enorme con un manómetro y unas teclas con un "+" y un "-". Lo imité, y me fui sin preocuparme de más, comoo quien se va sin pagar el perejil en la carnicería, las bolsas de plástico en el súper, el vaso de agua del grifo en un bar...
(...)

30 de agosto

(...) Emprendí el camino en bicicleta y fui aprovechandp para hacer fotos de la Karl Marx Allee y de Alexanderplatz. En un mercado, delate de la Rotes Rathaus, me hice con una constitución de la RDA por el precio irrisorio de 0,80 euros... ¡realmente se cotiza poco la literatura oriental anterior al 89! Más tarde vería un montón de revistas de historia, de economía y de urbanismo.
Ya en Unter den Linden, seguí cayendo en tentaciones "bibliófilas": una guía turística de Berlín Este en los años 70 (¡por fin un mapa con el muro bien delimitado!) que incluía una introducción histórica "oficial"... Y un libro en el que unas sociólogas y teóricas culturales (luego supe que esto último no corresponde exactamente a los "cultural studies") reúnen los relatos autobiográficos de varias mujeres berlinesas (del Este) durante el otoño de 1989. El resumen de la contraportada no puede empezar mejor: algo así como "los cambios en las estructuras se traducen en cambios en la vida cotidiana de la gente...".
Continúo por la ruta turística de Mitte en dirección al Tiergarten, parándome a ratos en los puestos de postales, que dan, en ocasiones, algunas pistas... Junto con una enorme mayoría con postales "kitsch" y de fotografías y grabados del Berlín de inicios de siglo o destruido por la Segunda Guerra Mundial, encuentro otras de estética más actual, en las que ya no aparece ni rastro del muro, sustituido por los grandes edificios que se han construido en los últimos años. Y, más raramente, postales "alternativas" que, con pretensiones "underground", retratan punkies, casas ocupadas, Trabant de colores y patios traseros destartalados. Y el muro, o lo que queda de él, en todas sus versiones: con y sin soldados soviéticos.
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